LO DIFÍCIL DE MI MAR DE CORAZONES

Estándar
Dicen que la vida se basa en sensaciones. Sensaciones cuando naces, sensaciones cuando creces, cuando vives cada instante con pasión. Pero llegan momentos en la vida en que las sensaciones se te disparan.

Un golpe en tu pecho de repente…

una pausa…

el golpe se repite…

-“Es extraño”, piensas. Y te llevas la mano al pecho, por encima de tu corazón, y sientes un latido rápido que se acelera… sientes la sangre que bombea, sientes ese vigor que te rodea, la fuerza que te da, pero no entiendes bien lo que te pasa.

-“¿Acaso no es aquel instante un momento cualquiera?”
Pero, ¿por qué no lo entendemos?
Porque hay cosas que son y serán siempre difíciles de entender. «Y lo que me es difícil sentir hoy a mí, a otros os podría ser difícil sentirlo mañana, tal vez a ti te fue difícil sentirlo ayer…”

Qué difícil es, ¿verdad?
Qué difícil es saber lo que son las cosas cuando creemos que las tenemos delante, y que las vemos, pero sólo las estamos intuyendo. No las vemos con los ojos, porque los ojos no entienden en realidad de cosas que no pueden verse.

Qué difícil parece ser hacer cosas “sencillas” que a otros parecen costarles tan poco, pero que a nosotros se nos hacen cuesta arriba.

Qué difícil es llegar a conocer a los demás… tanto o más que conocerse a uno mismo y ¡qué difícil es conocerte!
-“¿Cuándo se conoce uno a sí mismo?”
Pasan los años y llega un día en que decimos: -“creo que hoy por fin me conozco bien”. Cuando lo cierto es que cambiamos tanto y tan a menudo, que se nos va la vida intentando conocernos, y haciéndonos creer a nosotros mismos que seguimos siempre igual. Y si cambiamos tanto en realidad, ¿cómo nos van a conocer bien otros?, ¿cómo vas a saber quién soy yo?, ¿cómo quieres que sepan bien cómo eres tú?, ¿cómo quieres que yo sepa cómo eres?
Porque es muy difícil vivir una vida que no es la nuestra, tanto o más difícil que vivir nuestras propias vidas. Resulta que nuestros sentimientos nos condenan y nos mantienen presos, cuando en realidad lo que creemos es que somos libres, que actuamos con libertad, o al menos eso es lo que nos gusta pensar: -“Que soy libre, que actúo libremente, y que lo que hago lo hago con el corazón”. Pero, al pararte a indagar, ves lo difícil que es controlar nuestro corazón.

Porque si lo que hacemos lo hacemos de verdad con él, entonces, estamos del todo perdidos… perdidos y locos, pero tal vez nunca vacíos en tal caso.
Los sentimientos entonces fluirán con tanta fuerza si no los controlamos, que pronto taladrarán nuestro pecho en busca de esa libertad real… y nuestro pecho se habrá roto como el dique que cede ante una riada, ante la inmensidad de agua que lo desborda, ese río interno de sentimientos y sensaciones que buscan su lugar, como el río que quiere llegar al mar, pero que al salir del pecho descubre que ya no existe el mar, que el mar ha muerto, que los sentimientos fluyen al vacío.

corazones rotos


Qué difícil es pensar sabiendo que la cabeza no tiene ni tendrá el control sobre nuestro corazón, cuando nuestras manos tiemblan, cuando sentimos el frío en las yemas de los dedos y nuestra garganta se hace un nudo difícil de explicar, cuando algo nos impide respirar.
Y qué difícil es pensar cuando nuestra cabeza ya está tan llena de pensamientos… y no nos es posible dejar ninguno salir dejando paso a otro nuevo, a nuevos pensamientos que llevan un tiempo llamando a nuestra “puerta”. Y esa “puerta” en realidad tiene el cartel de “cerrado por reforma”.
Y allí permanece esa puerta, impasible, impenetrable. Así que los pensamientos sin oportunidad de fuga, parecen agolparse, sin dejarse salir los unos a los otros, y la única vía que les damos está en canalizarlos en forma de sentimientos hacia algún lugar descendente, hacia el pecho. Y allá que avanzan ya transformados, en procesión.
Y la cabeza ya no estalla como sí lo hará nuestro pecho y nuestro corazón ante un millar de sentimientos entrantes, agolpados, hasta que no nos sea posible soportarlos.
Y es que el corazón es débil, se rompe y los sentimientos saltan… porque quieren libertad, porque quieren saltar al mar… pero se olvidan de que el mar ha muerto.

Y el corazón hará estallar nuestro pecho, inundándolo todo de sentimientos que siguen buscando el mar.
Qué difícil es saber bien las cosas que queremos, las cosas que nos llenan y las cosas que deseamos, cuando tenemos la cabeza detenida, cuando tenemos el corazón abarrotado de sentimientos y nos damos cuenta de repente de que tenemos nuestro pecho taladrado y el corazón herido y roto. Y fluyendo, salen esos sentimientos hacia fuera sin cesar, y fluyendo nos queda claro, un poco más tarde, que las cosas casi nunca han sido como las pensábamos, que las cosas casi nunca son como las sentimos y que las cosas nunca serán como queremos que sean. Me doy cuenta de que tus cosas tampoco son casi nunca como yo creía que eran…

Y la última esperanza para que yo sepa algún día qué es aquello que llenaba tu cabeza, es que entre los dos el tiempo y el espacio coincidan en un solo punto, y que llegue a estar yo tan cerca de ti como para que el caudal de sentimientos que salen de tu pecho también roto y desbordado, choquen de lleno contra aquellos que salen del mío, y se crucen entre ellos, se enlacen y se unan para siempre en un mar de corazones rotos…
Pero al final, ¿sabes lo que será realmente difícil? Lo realmente difícil será hacer cicatrizar mi pecho cuando mis sentimientos, cierto día, dejen de fluir y me dé cuenta de que no han ido a parar a aquel mar de corazones rotos donde yo quería que estuviesen, al mar de corazones que podría haber entre tú y yo, a “mi mar de corazones”…

a aquel mar que en realidad ha muerto,

lo dificil de mi mar de corazones.

Mario Plaza

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Mario Plaza Buitrago