EL PEQUEÑO ELEFANTE Y LA INDEFENSIÓN APRENDIDA

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Hace un tiempo escuché una historia durante una noche de conversación en la playa con unos amigos.

Y la conversación terminó en una especie de coloquio sobre un tema interesante;

“A veces nuestras mejores cualidades o dones pueden llegar a convertirse en nuestra trampa o en nuestros peores castigos”.

En su día me pareció interesante el concepto, y hoy día creo en la certeza de aquellas palabras, no sólo por haberlo visto en otros, sino  por haberlo sentido yo mismo alguna vez. Al parecer se trataba de una famosa fábula, aunque yo la escuché por primera vez aquella noche, y aunque hace muchos años que la escuché, os la cuento:

A veces nuestras mayores virtudes pueden convertirse en nuestros más grandes defectos.

A veces nuestras mayores virtudes pueden convertirse en nuestros más grandes defectos.

“ A casi todos nos ha gustado siempre ir al circo, ¡a mí al menos! De pequeño mi madre me llevó muchas veces al circo que estaba en Las Ventas, en Madrid. Y cuando entraba en ese recinto, mis ojos no podían parar de mirar hacia todos lados, ¡buscando luces, animales, payasos, trapecistas!

Creo que de niños todos hemos amado el Circo si hemos tenido ocasión de ir.

Y si nos preguntasen: ¿Qué animal es el que más nos impresionaba al salir ver actuar cuando éramos pequeños?

Cada uno tal vez diga un animal distinto, pero para mí siempre fue el Elefante. Un animal grande, majestuoso, impresionante cuando lo miras desde ahí abajo teniendo 4 o 5 años. Fuerte pero  con cara de bondadoso. Grandes y divertidas orejas, graciosa trompa…

Después, con el tiempo, te cuentan que la mayor y más curiosa cualidad por la que se conoce al Elefante es: Su Memoria.

Parece curioso, pero el Elefante es capaz de mantener recuerdos de forma impresionante. Dicen que no se olvidan de la persona que algún día les hizo daño. Es por eso que esa cualidad es digna de mención.

Y cuando veíamos a los Elefantes en aquel Circo antes o después de la actuación, nos preguntábamos: ¿dónde se guarda a los Elefantes? ¿En jaulas como los Leones? ¿No son demasiado grandes? No, es curioso, pero estaban atados con una cadena a un palo o un hierro clavado en la tierra y atado a una de sus patas.

Y si lo pensamos bien… si el Elefante es un animal con una fuerza tan descomunal como para romper ese palo o sacar ese hierro del suelo con un fuerte tirón de su pata, ¿por qué no intentaba escapar?

Por irónico que parezca, su prisión es su mayor virtud.

Cuando era pequeñito, ese elefante fue atado a un poste similar o a un hierro parecido, así que el pequeño elefante al verse atado intentó tirar con toda su pequeña fuerza en repetidas ocasiones para escapar. Pero era demasiado pequeño y su fuerza no llegaba para poder romper la cadena que le ataba, así que finalmente, tras muchos muchos intentos,  se cansó de intentarlo. Ese día, el día que aprendió y grabó aquella información en su cerebro, cuando aprendió que no podía escapar por más que tirase,  tal vez ese fuese el día más triste para su futuro… porque aprendió que era esclavo de esa cadena y ese palo.

            Con el tiempo creció y su fuerza se multiplicó, así que ya podría romper su atadura, pero es curioso, su mayor virtud, su memoria, era la que ahora le ataba a aquel poste y era ahora su mayor defecto, así que no intentaría nunca librarse de aquella prisión porque simplemente recordaba que nunca fue capaz de soltarse de pequeño, así que nunca más lo volvería a intentar…”

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Una triste y famosa fábula que nos enseña muchas cosas. Nos enseña que a veces nosotros mismos nos auto limitamos pensando que no podremos hacer cosas porque un día en el pasado no pudimos.

Curiosamente, se suele llamar también a algo similar de esta forma:

“Indefensión aprendida”, y afecta en muchas ocasiones a personas que han recibido daños de alguna u otra manera en su pasado, y dejaron de buscar salida a ellos. La indefensión aprendida se define así:

Un sujeto aprende a creer que está indefenso, que no tiene ningún control sobre la situación en la que se encuentra y que cualquier cosa que haga es inútil. Como resultado, la persona permanece pasiva frente a una situación dolorosa o dañina, incluso cuando dispone de la posibilidad real de cambiar estas circunstancias.”

Tras sentir esta indefensión durante un periodo de tiempo determinado, muchas personas pueden desarrollar un conjunto de déficits de conducta, motivacionales y emocionales que  pueden aparecer con posterioridad. Y lo curioso de este aprendizaje, es que para que estos déficits se produzcan, sólo tiene que haber una condición indispensable: sentir la expectativa de incontrolabilidad, o sea, tener la creencia de que en el futuro tampoco habrá recompensa ante las posibles respuestas que se den para evitar el daño.

De esta manera, a veces, nuestras mayores virtudes pueden llegar a  convertirse en nuestros peores defectos, en nuestras propias prisiones, en nuestras propias cadenas. Otras veces nos pasa lo que al Elefante, que nuestra memoria se convierte en nuestro peor enemigo, y a veces sin siquiera darte cuenta, el pasado nos juega malas pasadas en el presente. Podemos llegar a pensar incluso que no controlamos nuestras propias vidas o que es la vida la que te controla y te mueve como a una ola en el mar, creando un estado de indefensión y sumisión ante los problemas que tenemos o ante las personas que nos dañan.

Creo que aquellas palabras en aquella noche y esa fábula, merecen un instante de reflexión personal por parte de todos aquellos que compartimos aquel momento de aprendizajes, y tal vez a ti que me lees te pueda interesar también esta pequeña historia.

Mario Plaza.